lunes, 2 de noviembre de 2009

polaroid #3. Ohio.


no han pasado más de tres minutos desde que se ha despertado y le ha sorprendido la visión extrema, al subir la persiana, de los arces rotos por la violencia del otoño sobre el jardín. Es temprano y parece que nadie quiera pisar aún la calle de este barrio residencial situado en las afueras de la ciudad. La hojarasca reposa o se desliza o construye bubones frágiles y desiguales, y aunque el día se levantó con algo de niebla, al subir la persiana el sol se engrandecía mientras su rostro arrugado podría lamentarse tal vez del tiempo que ya sólo mengua y pretende esconderle, o tal vez de las dunas en su recuerdo, el muchacho de Lakewood aquella tarde en que aparcaron el coche, salieron a la viscosidad del trigo en agosto y se desnudaron por primera vez para comprobar el cuerpo y su temblor y la insignificancia de su voluntad ante el deseo y las inmensas llanuras de Ohio. Visto de perfil, mientras el flashback de la adolescencia le provoca una erección, podría parecer que vive dentro de cualquier cuadro de Hopper. Probablemente la pintura subrayaría los volúmenes melancólicos de su expresión, o su mirada perdida o la completa sumisión al momento de este hombre de unos cincuenta años que no tiene nombre y es sólo una figura que se desplaza en el espacio. Respira como si hubiera caminado cientos de kilómetros sin descanso. Ahora avanza hacia el armario y deja que las cortinas reduzcan la luz de la mañana en la habitación. Se desnuda y se viste con unos jeans y un polo gris, se calza unas deportivas marca Nike. Su cuerpo está flácido. Es fácil comprobar la desproporción de sus medidas en los pechos abultados y su tórax demasiado amplio, en la extrema delgadez de sus piernas. Es fácil comprobar la estructura desigual, las articulaciones cansadas y delebles y su juventud, como el resplandor al final de un túnel demasiado largo. Visto de perfil, su desnudez podría formar parte de cualquier tríptico de Francis Bacon. Ahora apila en una columna los libros de la mesilla. Ya vestido, minutos antes de salir de la habitación -se oye el primer camión afuera que atraviesa la calle esta mañana- se sitúa frente al espejo que se apoya sobre una larga cómoda a la altura de sus rodillas, de forma que queda de pie frente al plano americano de sí mismo. Se mira fijamente, inmóvil, como un material que debe cincelarse para obtener algo de forma o como un material que ya ha sido cincelado pero que espera aún el toque maestro, la talla que le avoque a ser parte de una dimensión, por minúscula que sea, de la belleza. Aunque también se puede decir de otra manera: en su gesto se intuye que este hombre de ojos grandes aún espera algo del tiempo, y por eso ahora, quizás recordando a Tom Doniphon o Jesse James, figuras que podrían significar no sólo el silencio y el ruido, sino la temeridad más allá de cualquier frontera, ahora finge frente a sí mismo el gesto que desenfunda su revólver como si todo adversario estuviera frente a él pero nada temiera y sólo quisiera disparar y meter una bala por el culo a todo malnacido que pretenda frenar su avance hacia el oeste.

Facing west, from California's shores,
inquiring, tireless, seeking what is yet unfound
Walt Whitman

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