lunes, 21 de septiembre de 2009

polaroid #1. Varsovia

en el centro de la ciudad Marek y Lima se levantan del banco, y ajenos al ir y venir de los turistas que como ellos rompen y construyen otros itinerarios (Lima siempre pensó que el turista, su voracidad y fervor por el lugar, por el aniquilamiento del espacio abstracto aún por conocer, celebraba la metáfora al fin de cierta ansiedad moderna) se sorprenden por la circunferencia grumosa de palomas sobre la plaza y esperan, como si la luz no fuera a caer, que alguien les saque una fotografía allí, en el centro nada bello de una ciudad donde la belleza nace y se devasta cada día, la ciudad que siempre habían anhelado visitar. Ahora se tocan sin darse la mano y Marek le dice a Lima: “bésame aquí”, mientras respira con dificultad e imagina a Lima desnuda sobre su cama en Varsovia. Pero Lima siente demasiada timidez como para lamer lentamente los labios gruesos y ásperos de Marek. Por eso se da la vuelta, comienza a girar como una niña mientras mira al cielo y súbitamente despliega los brazos como si un attrezzo de naturaleza virgen la envolviera o la envolviera la paz más intensa o quisiera aparentar ser una joven con demasiada vida aún por delante como para casarse y planear un viaje de novios a Barcelona. Lima gira, gira y Marek sonríe y siente que debe detenerla, ponerle freno, la despótica y sumisa Lima, ahora mismo, ponerle freno para que no se desbande y sea ella también grumo incierto que se proyecta y se pierde entre la suciedad de las palomas. Porque Marek aborrece las palomas. Quizás por eso, quizás al contemplar girar a Lima como una niña, tan libre y despreocupada, con la inercia simple de una peonza, quizás por eso la ha detenido, le ha dicho: “basta ya ¿no? estate quieta… ¿no quieres que nos hagan una foto?”. Para Lima, cuya madre emigró hace tanto de Cuba hacia el frío norte de Europa; para Lima, que siempre vio en el baile a ritmo de guaguancó, a ritmo de mambo, de timba y de chachachá, un escape leve pero eficaz, perecedero pero intenso, cuando estaban solas en casa; para Lima, que siempre tuvo la piel demasiado cálida y húmeda para tanta aridez y nieve, el gesto de Marek ha sido desconsiderado y supone un corte abrupto y demasiado evidente en aquel curso de inocencia casi adolescente que le embriagaba (había escuchado, a lo lejos, casi al otro lado de la plaza, donde comenzaban las calles comerciales, el ritmo de una salsa que recordaba tan bien como su primera bicicleta, su primer lápiz labial, de color rojo intenso, o su primer beso). Pero Marek la besa y Lima le consiente aún a pesar de que el beso suene a coartada o a música vieja y fracturada, a música de una caja demasiado vacía como para guardar algo, cualquier cosa, de cierto valor. Algo después, cuando Marek pedía en inglés a otra pareja si podían tomarles una foto, Lima se ha estremecido y ha pensado durante diez segundos que nada valía la pena, que cualquier lucha es finalmente un desastre amagado en las ganas, imbéciles, de prosperar hacia algo mejor cuando sólo la levedad y el encanto dulce e ingenuo, eso que ella había perdido, más o menos, en el último año de universidad, podían hacerla vibrar y encenderse de nuevo como una joven de veintidós años que celebraba la pasión en una ciudad del mediterráneo. En los diez segundos posteriores, Lima ha cambiado o ha intentado cambiar de parecer y se ha dicho que no todo estaba perdido, que el amor por Marek era más que evidente - allí estaba, practicando su inglés emocionado y disperso – y que su cuerpo todavía era joven, demasiado joven para consentirse ese halo de niebla fugaz que devoraba el porvenir y lo convertía en sucesión indecisa, en algoritmo errático a pesar de que el tiempo avanzara como una boca de fuego. Lima ha querido entonces sonreír pero no ha ido más allá de cierta mueca plastificada, de ningún modo válida como expresión de los días felices. Han pasado otros veinte segundos hasta que Lima ha salido de estas disquisiciones, cuando Marek le ha dicho, mientras le pasaba el brazo derecho por su cuello: “Mira hacia allí, nos van a sacar una foto. Ésta la podríamos enviar a tu madre”. Y Lima ha mirado a la cámara y ha consentido otra mueca vestida de suave candidez mientras pensaba qué sé yo de la vida quizás todo venga después ya dado quizás deba esperar quizás el estado de agotamiento sea al fin tan virtual como real quizás el invierno me enseñe algo quizás deba esperar.

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