sábado, 27 de febrero de 2010

Polaroid #4. Nightclubbing.


no sé por qué le beso. No sé por qué ha sido él el elegido. No es inteligente, desde luego. Su boca sabe a tabaco, a sangre y a alcohol, se expresa con vulgaridad, igual que viste: no lo entiendo, su coche huele mal, su cama huele mal- ¿hace cuánto no cambias las sábanas? – le he preguntado – pero no me ha respondido, me ha tirado sobre la cama turca y me ha desnudado, él también se ha desnudado, me gusta tu polla – le he dicho – él ha sonreído, y entonces he empezado a lamerle el glande, a morderle los huevos, he arrancado parte de su vello púbico con mis manos hasta que ha gritado y me ha dicho puta, puta, puta – lo ha repetido tres veces. Me gusta sentirme barata y a la vez resplandeciente junto a él, elevada como una virgen católica. Porque ni siquiera me atraía. Empezamos a coquetear de madrugada, cuando los clubs cierran, en aquella calle estrecha del centro donde a veces el olor a orín es tan fuerte que no es posible conversar largo rato sin soltar alguna arcada previa al vómito. Mis amigas se han ido a casa sin mirarme a la cara. Una de ellas, cuando iba ya en su coche, penetrando junto a él los extrarradios de la ciudad, me ha enviado un sms: xo q coño haces? piensa n james, piensa n james, x favor. No me ha molestado que repita dos veces el nombre James. Sí que repitiera el verbo pensar: no lo comprende. No comprende que mi cuerpo pide ser rasgado premeditadamente. Ahora me dice si soy capaz de tragar su corrida. Evidentemente le digo que no- tengo paladar de princesa, cariño – le digo – para tragar la leche revenida que puede saltar de ahí. Se ha sorprendido. Me ha dicho que yo en realidad soy una guarra que no tiene huevos a vivir como una guarra, que todas las pijas de la ciudad y del club Midnight somos iguales, putas pijas, ha dicho, mientras se masturbaba él mismo y al fin se corría sobre la alfombra polvorienta de su habitación. El espasmo tras su corrida ha sido realmente increíble, como el aullido de una bestia legendaria. Luego se ha tumbado sobre la cama desnudo, sin decirme nada, mientras respiraba como un animal cansado o asustado o a punto de morir. Toda la habitación apestaba a su sudor. Yo me he levantado y sin ponerme las bragas –pensé dejarle un souvenir a este cerdo- me he vestido, he salido a la calle, y he llamado a un taxi. Ha tardado casi una hora en venir. Las afueras resplandecían bajo la luz enferma y vaporosa de las farolas, tras la intuición de un horizonte emancipado de la difusa línea de los polígonos y naves industriales. Queda el silencio contra el zumbido intenso en los oídos, el silencio perforado por el ladrido intermitente de algún perro solitario, el silencio esquivado por la sirena de alguna fábrica más allá, la distancia derramándose sobre todas las cosas, sobre mí misma, una niña fantasma o una niña en un espacio fantasma o una niña perdida o una niña que sobre todo quiere perderse y el silencio otra vez, las autopistas y las carreteras como un sistema de arterias cuyos capilares exhiben tan sólo transparencia y vacío, la ausencia de velocidad interna: pobre niña, ha pensado tal vez el taxista cuando he abierto la puerta y ha visto el maquillaje deslizándose por la blanca piel de mi rostro. El taxista tendrá unos cincuenta años, está gordo, masca chicle y también huele a sudor. Sus ojos grandes denotan acaso una persona melancólica. Mientras entramos de nuevo en la ciudad habla de su familia, sobre todo de sus tres hijos, hasta que finalmente me dice preocupado “¿qué haces a estas horas por aquí?” Una adolescente desprotegida como tú, ha dicho, una niña tan fácil de corromper como tú. Odio Nottingham, odio el puto barrio familiar donde vivo, odio a casi todos mis amigos y sus planes de futuro, odio mi colegio, las constantes recomendaciones de mi tutor para que estudie derecho, odio a James Hunt, ese niñato deportista, odio Nottingham, he pensado. Pero me apetece jugar. ¿Quiere usted jugar conmigo? - le he preguntado al taxista, mientras su rostro reflejaba duda o desconfianza o por qué no, curiosidad, y comenzaba a narrar con esmero e indignación el tedio que vertebra sus noches, lo cansado que está de perder el sueño inútilmente y llegar a duras penas a fin de mes, “a duras penas”, repite, “tú eres demasiado joven para comprenderlo”. ¿Será otro ignorante? De nuevo me sitúo en el punto de salida del juego: hacer distinguir la perversidad de los heliotropos, el parásito del fruto más jugoso, la aspereza al quebrarse el diente de león más tierno. Me desplazo hasta la parte central del asiento de atrás, casi cuando estamos a punto de entrar en mi barrio. Me subo ligeramente la falda, abro mis piernas. Sonrío mientras me observa desconcertado por el retrovisor. Humedezco mis labios. Miro al taxista con la devoción de una princesa y le digo “pare aquí…si viene un rato al asiento de atrás, quizá su noche acabe siendo más divertida."

Nightclubbing we're nightclubbing
We walk like a ghost
We learn dances brand new dances
Like the nuclear bomb

Iggy Pop



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta Mario!
sigue este camino! me encanta!

Anónimo dijo...

Mario...buenísimo ¡¡ tienes que escribir más, me voy con la sonrisa a la cama.
DiJaS.